En la urbanización donde vivo somos, menos contadas excepciones, de clase media y muy comedidos. Siempre hay un silencio sepulcral, solo roto por el cantar de los pájaros, los ladridos lejanos del perro que saluda a la luna o el crujir de los árboles batidos por el viento al atardecer. Si algún vecino, atrevido, rompe alguna regla, tengan la seguridad que no pasa mucho tiempo antes de que una comitiva le toque la puerta, sonrientes pero decididos, a recordarle como son las cosas ahí y el orden regresa instantáneamente . Como solo hay una entrada y salida, controlada por vigilantes, es una zona bastante segura, y puedes ver niños jugando por los estacionamientos, figura casi desaparecida en las calles de Caracas. El clima es perfecto, ni mucho frío ni mucho calor. Todo lo que depende de nuestras responsabilidad está bajo control. Es, casi, un paraíso. Excepto, cuando llega el camión cisterna. Estamos todos, en estos días, girando alrededor de un famoso cronograma de abastecimient