Comer Jamón Serrano

Al vasco este, cuya foto con un jamón serrano en la mano, dentro de un mercado del sur de Caracas abarrotado de productos importados, inundó las redes sociales y los medios de comunicación españoles, es el primer ser humano que me provoca matar de verdad. No me refiero a eso que uno siente cuando casi te atropella un motorizado que circula por la acera o cuando el expendedor de la panadería le vende al que está por delante la última canilla del día, después de hacer una hora de cola. Tienen que haber vivido los últimos años en Venezuela para entender el porqué de este odio visceral que me hace desear que lo cuelguen de los pies para que lo desangren como a los cerdos como cuando hacen morcillas allá en su pueblo natal.
Desde que hace 38 años, cuando Pedro y Jose Felix me llevaron de la mano en mis pininos fotográficos, me doy cuenta ahora, en medio de esta arrechera, que me deslicé, constante, cuesta bajo, en una pendiente que al parecer lleva en ese ángulo desde que Bolívar recorrió América a caballo. Freddy me lo explicó claramente en alguna disertación en clases en la UCV, pero no le paré mucho porque no era común hablar mal de El Libertador. Con los militares al frente de toda nuestra historia, hace mucho que nos desbarrancamos y vamos en caída libre, a oscuras, porque no se ve donde está el fondo.
Parece ser que, algunos años antes de yo nacer, uno que otro civil intentó revertir la curva de este gráfico, pero los petrodólares fáciles pesaron más, y el amago de país decente, con hospitales y escuelas que funcionaban, pasó rápido y se desvaneció, como cuando tienes la extraordinaria y corta suerte de ver una estrella fugaz y te preguntas que significará haber visto al cielo es ese preciso momento.
Y heme aquí, dándome cuenta que hace cincuenta años solo recibo limosnas. Primero las llamaban pleno empleo, hoy, médicos cubanos repartiendo medicinas enrolladas en servilletas. En el último decenio, además, como para que creyera que algo estaba pasando, cambiaron el huso horario dos veces, pusieron otra estrella a la bandera, voltearon la cara al caballo del escudo y cambiaron el nombre del país. Pero la verdad es que sigo en el país donde lo que paga es ser comerciante, no creativo. Los dividendos los da vender, no crear. Y por supuesto, ser corrupto.
Con la foto del vasco entre anaqueles clavada en la mente, veo con tristeza la vida que llevan mi esposa y mis hijos. Carencias y miedo. No importa si más o menos que los demás. Injusto en todos los casos. Mientras que el grupito asqueroso que se robó un país, disfruta las ganancias en su mansión instantánea. Ellos si son los que van a comprar en ese mercado, pero protegidos por media docena de escoltas. Una vez, como ejercicio económico y cultura general, mi pana Ivan y yo entramos a un local de esos. Entre lo que ganamos los dos en un mes no nos alcanzaba para comprar un paquete de galletas de soda. Pero el señor que tenía a los guardaespaldas afuera esperando hubo que llevarle las bolsas entre varios.
En fin, eso es lo que hay. Todos somos responsables y cosechamos lo que cultivamos. Aunque hayamos siempre votado a perdedor...

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