La culpa la tiene el petróleo

Más agotador que ver día a día las fotos de los multisápidos y exquisitos platos de comida que preparan en el exterior mis amigos de Facebook, con tan variados ingredientes, de colores tan vivos y alegres, ha resultado enterarme que la prensa internacional se inunda de informaciones de que la crisis en Venezuela es responsabilidad de la caída de los precios del petróleo. Lo confirman los corresponsales extranjeros, que antaño reían los chistes en Miraflores, ajenos a la realidad, y que ahora se conforman con comer en Mc Donalds, donde la escasez solo te limita el uso de servilletas o el sabor del helado, de vez en cuando.

         Culpar a la recién estrenada Asamblea o el multimillonario lobby internacional que nos convirtió en el país más feliz del mundo, pronto quedarán como malos chistes históricos pret a porter, de esos que sirven con cualquier nombre, de cualquier presidente, de cualquier país.

           El planeta está inundado de reportajes y fotos, firmados con apellidos impronunciables, de la tragedia venezolana. Profesionalmente retratados, gente, inflados de alimentarse de harina durante meses,  saqueando camiones de pollos vivos, haciendo largas colas para comprar papel higiénico, muriendo en hospitales sin agua, ni luz, ni medicinas, desangrándose baleados en un asalto, son los que representan al país ahora. El rostro que se enfoca, por fin, es el de la madre recién parida que lleva el cadáver de su hijo, nacido pocas horas antes, que murió por falta de antibióticos. Y a veces, también, como para rellenar, como por no dejar, aprovechan y aparece por ahí la foto de algún caucho quemado, desamparado en su soledad y huérfano de manifestantes, o de medio centenar de dirigentes políticos marchando al CNE entre bombas lacrimógenas.

            Mientras tanto, aquí la realidad avanza lenta, pero sin piedad, indetenible, como la lava de un volcán, al rojo vivo, quemando todo a su paso. Como viene despacio, uno puede detenerse a ver como se acerca, y solo retroceder un poco cuando el calor se hace insoportable. Y no miramos cuanto espacio nos queda detrás porque así es nuestro gentilicio. Entonces pasamos por al lado de la kilométrica cola del Bicentenario y vemos a las clases E y D creyendo que adentro hay comida regulada suficiente para tanta gente. Y no nos importa tanto, la verdad. Porque en el 2002 se quedaron en sus casas, mientras que los francotiradores, precisos y orgullosos de la condecoración que recibirían por servicios a la patria, frenaban a los de la A, B y C, que se suicidaban en el centro de Caracas, tratando de advertirles que dentro de pocos años iba a pasar lo que está pasando ahora. No éramos profetas los de la clase media. Los que hicieron, probablemente, la marcha antigubernamental más grande del planeta, habían tenido acceso solo a un poco más de educación cuartarepublicana y veían, ante sus ojos, la historia repetirse. Y los pobres, engañados, otra vez, haciendo cola, otra vez, bajo el sol o la lluvia, otra vez, ven como entre la promesa y la esperanza solo hay una delgada línea, imposible de enfocar por el lente experimentado de los periodistas de los Times.

          Haber estudiado en las mejores universidades del hemisferio norte no fue suficiente tampoco. Si bien aupar revoluciones militares lo más lejos posible de la marina donde estacionan su lancha es una frescura, lo que no hallo como perdonar es la miopía informativa con que vieron los medios extranjeros a Venezuela durante los últimos quince años. ¿No saben sumar? ¿No saben cuánto dinero es tres millones de barriles diarios de petróleo durante quince años a 150 dólares? ¿No saben que a 35 dólares también es un realero inmenso? ¿Si vuelve a subir y llega a doscientos que van a escribir cuando aquí se lo roben todo otra vez? ¿Cómo es posible que repitan como unos loritos que el modelo se agotó? ¿No ven como se hizo pedazos un país completo de más de 30 millones de habitantes?  ¿Creen que aquí mientras el petróleo estaba alto todos andábamos en un Mercedes y al día siguiente nos matamos por medio kilo de caraotas y un pote de leche? ¿Han revisado la lista de gente con impacto de balas en el último lustro? …No entiendo, la verdad.

         Veo que la media docena de pranes que estafaron al país y sus hijos que estudian en el exterior tiene su Facebook al día. Ponen fotos, siempre, de la vida que llevan y lo que comen. Eso debe tener confundidos a los corresponsales extranjeros. Pero no tengo mi conciencia tranquila. En África habrá quién vea mi timeline y dirá lo mismo de mí. ¡Qué angustia…!

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