Llegó el camión
En
la urbanización donde vivo somos, menos contadas excepciones, de
clase media y muy comedidos. Siempre hay un silencio sepulcral, solo
roto por el cantar de los pájaros, los ladridos lejanos del perro
que saluda a la luna o el crujir de los árboles batidos por el
viento al atardecer. Si algún vecino, atrevido, rompe alguna regla,
tengan la seguridad que no pasa mucho tiempo antes de que una
comitiva le toque la puerta, sonrientes pero decididos, a recordarle
como son las cosas ahí y el orden regresa instantáneamente . Como
solo hay una entrada y salida, controlada por vigilantes, es una zona
bastante segura, y puedes ver niños jugando por los
estacionamientos, figura casi desaparecida en las calles de Caracas.
El clima es perfecto, ni mucho frío ni mucho calor. Todo lo que
depende de nuestras responsabilidad está bajo control. Es, casi, un
paraíso. Excepto, cuando llega el camión cisterna.
Estamos
todos, en estos días, girando alrededor de un famoso cronograma de
abastecimiento de agua, producto de la escasés del preciado líquido,
culpa de la sequía, nacido de un rumor, me imagino, porque nadie lo
ha visto aun. Al parecer, el organismo encargado la va a distribuir
discrecionalmente por zonas para economizar la poca que queda. Esta
es, entre otras, una de las circunstancias que no tenemos bajo
control. Junto a los apagones y la falta de aceite y Harina Pan,
bajar la poceta de la casa no es tan fácil. A los tanques de la
urbanización llega el líquido un par de días a la semana, el cual
es distribuido a los casi 1500 apartamentos entre 4 y 8 de la mañana.
Me despierto todos los días a esa hora para llenar el tanque de 500
litros que ocupa la mitad de mi cocina y que me obliga a pasar de
medio lado al lavandero. Es decir, nos acostumbramos a vivir solo con
un tercio de los metros cúbicos que me merezco, según calculan los
expertos. ¿Cómo les explico?… Cuando ustedes se cepillan los
dientes van al baño y abren el grifo. Yo no. Yo primero reviso por
Twitter la cuenta de la urbanización para saber cuanta agua queda en
los tanques. Yo me baño con agua fría porque no me puedo dar el
lujo de desperdiciar el agua mientras llega la tibia desde el
calentador. Y lo peor es que ni siquiera tengo autoridad moral para
quejarme. En en el barrio de más adelante manifiestan todas las
semanas porque pasan meses sin que les bombeen y dependen de un
camión cisterna que les saca un ojo de la cara por llenar dos
pipotes.
El
último cronograma gubernamental del que tengo recuerdos fue no hace
mucho cuando a algún burócrata se le ocurrió regular la luz en
Caracas por zonas y casi cae el Gobierno. Eso fue en la tarde. Esa
misma noche, el Presidente en cadena echó para atrás esa vaina. El
plan este de abastecimiento no ha funcionado con nosotros. Ya vamos
para 10 días sin agua. Comer sánduches todos los días para no
ensuciar platos me tiene harto. Cargar botellones de agua no solo me
cansa físicamente. Mentalmente, me agota. Como vivo en una zona
alta, parece ser que a la escasez se le suma la falta de presión.
Tengo entendido que para que medio llegue un chorrito a los tanques
hay que dejar sin agua a toda Petare. Entonces ahora estoy harto y,
además, el cargo de conciencia me oprime.
Mis
vecinos, acostumbrados a poner orden, decidieron reclamar sus
derechos trancando la calle de acceso a la urbanización, que como
todos saben, es la última moda en manifestaciones contemporáneas.
Cómo si a los que se robaron los reales del acueducto nuevo que nos
tocaba cerca de aquí le importara un carajo que la gente tenga o no
tenga agua. O luz. O comida. O seguridad. Por culpa de esta
autoflagelación, además de bañarme apuradito, ahora tengo que
salir corriendo en la mañana como a las cinco antes de que los
justicieros se despierten y me impidan llegar al trabajo.
Cae
el sol y un resplandor rojizo atraviesa los pinos que rodean mi
edificio. Una señora, con una bolsita llena de mierda, pasea a su
perro por las áreas comunes de la urbanización. La paz es total. De
repente, el silencio es roto por el ruido de un viejo y pesado
camión, cuyas bujías lloran por el esfuerzo del sobrepeso en la
empinada subida. Puertas se abren y se cierran violentamente. Gente
corre por los pasillos y escaleras. El sonido del chancleteo
evidencia que no hubo tiempo de ponerse los zapatos. La gente se
arremolina alrededor del conductor. ¿a que torre va, señor?… ¿la
manguera llega al piso 7?… A gritos…. ¡PRÉNDELAAAA!…
¡APÁGALA…! Es el rito del camión cisterna.
Tengo
agua otra vez. Para día y medio. Me voy a bañar sonriente, aunque
el agua salga marrón. Todos regresan a sus apartamentos agotados.
Todos somos comedidos, otra vez.
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