Pasando aceite

Disculpen que cambie el tema de conversación. Voy a escribir sobre mi carro, un Fiat Tucán, que lleva 28 años circulando por las calles de mi país al ritmo de un taxi. Ese pobre carro va para allá y para acá sin descanso, sin piedad, sorteando la falta de transporte público y mi miedo a usarlo porque a todo el mundo roban en el Metro o en el autobusete últimamente. El cacharro, aguanta inexplicablemente, desafiando las leyes de la física, tal abuso, y solo de vez en cuando pide ser llevado al taller donde las reparaciones están signadas por la falta de repuestos y por ende nunca queda en el estado que merece su sacrificio. 

El óxido lo corroe poco a poco, como enfermedad incurable, e inevitablemente su daño empieza a ser estructural. No quería decirlo, pero llegará el punto donde no habrá retroceso y será imposible circular en él. Es cómo si en un país, en la ciudad donde vives, vas caminando por la calle, y ves que a alguien se le cae el teléfono y la persona que va detrás lo recoge y no se lo devuelve, sino que lo guarda en su bolsillo y lo conserva preciado, recompensa obtenida por el pecado de ser distraído y no andar pendiente de que se te caigan tus vainas en la calle. No están las cosas como para ser honesto y quedarse sin celular de última generación.


Mi Tucán amenace con ruidos nuevos, pareciera, por la dilatación agobiante, que en sus viejos componentes produce el frío de la noche y el calor del día. La experiencia me enseñó a pronosticar inequívocamente cuando puedo continuar mi camino a mi destino sin temer el cruel desembolso al gruero, ni las risas de los otros conductores cuando ven la desproporción entre el tamaño de la grúa y el vehículo que, muerto en vida, traslada hacia el taller, montado en la inmensa plataforma diseñada para llevar camionetas de lujo que cuestan más que el apartamento donde vivo. Pero últimamente, el daño estructural de mi carro es tal, que mis pronósticos fallan constantemente. Mi cacharro no puede más. Es su alma, prácticamente, la que está rota. Igual que en mi país, donde, como pude ver en imágenes grabadas gracias a unas cámaras de seguridad y publicadas en Youtube, los organismos del Estado se llevan detenido a alguien de Los Palos Grandes, en un procedimiento incomprensiblemente torpe, a plena luz del día, dejando regado en el piso los alimentos que, me imagino, había comprado el detenido minutos antes en el abasto de la esquina, y que uno que otro transeúnte aprovechó para saquear. No están las cosas para dejar mal parado un pote de refresco.


En fin, tengo que llevar mi Tucán al taller, pero no tengo real ahora, y ya me da pena pedirle fiado al dueño otra vez. No se que tiene, pero a veces le doy al volante hacia a un lado y el tuerce para el otro a su voluntad, como por rebeldía, como por cansancio. A veces piso el freno y espera un rato para obedecer, como alertando que aquí manda él. Como diciéndome ya estoy cansado ya. No me fastidies más. Y yo que lo quiero tanto. Como a mi país...

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